Que aprenden a tocar para sentir emoción y emocionar. Que despiertan al mundo interior y al de los otros. Manos curiosas, interesadas e interesantes. Si las dejamos tocar, si las dejamos ser, acariciaremos con la punta de los dedos miles de certezas llenas de preguntas: cómo son, para qué sirven, qué podemos hacer con ellas, cómo transformarlas en alas para alcanzar sueños. Y empezarán poco a poco a enlazarse unas con otras, para querernos ahora que hace sólo unas semanas que nos incorporamos al sistema educativo.
Manos de niños y niñas de tres años que nos interrogan y nos ponen en duda. Que nos impulsan a afinar la mirada, para que hagan lo que les emociona hacer y se hagan como les emociona ser.
Manos como hilos, que también se entretejen, al pulso de la ilusión esencial de los pequeños, con las nuestras de educadores, para que las nuestras rejuvenezcan, para que no se nos olvide que lo importante está en la emoción.
(Blanca Aguilar)